viernes, 28 de agosto de 2015

Verano, fiestas y fiestas de los pueblos. Lugares en los que todo vale.

Estiu, borinas y fiestas d’os lugars. Puestos an que tot vale.

(La compañera que nos ha enviado esta aportación lo ha hecho en lengua aragonesa. A continuación, abajo tenéis la traducción al castellano)

A radiz de leyer un articlo d’iste blog sobre l’impacto que suposa salir d’os roldes feministas, me fació alcordar-me d'un suceso que m'ocurrio en Huesca en San Lorenzo. Decidié d’ir con una amiga a pasar a nueit de borina a Huesca, pero ya se sabe que en ista mena de puestos bi ha chent de toda mena y por un regular con no guaire conciencia feminista. Yeranos ya en o preto d’a nueit en una plaza a rebutir de chent an son os bars y meten mosica en a carrera. Querebanos pasar más enta debant en a plaza y yo iba debant d’a mía amiga. Manimenos uns zagals con supuesta amabilidat me cedioron o paso y con ixa enchaquia uno d'ells (nose qui porque yeran a la mia esquena) aprofeito ta tocar-me o culo con toda la suya man, pizco incluyido. A l'inte yo me torne y le fotié empentones, insultos y un lapo y ells facioron lo mesmo y le facié un atro lapo a l'atro amigo que tamien m'increpaba. Suposo que ixe lapo facio mal no nomas en a suya cara sino tamien en o suyo argüello de masclo y me fotio un atro lapo a yo, en ixe inte ya se heba feito un redolin arredol nuestro y como a cosa se tornaba en pelea porque yo dimpués d'o suyo lapo encara me metié más carranyada, un zagal me suchetó y los atros marchoron. Dimpúes pare cuenta que cacegue d'a mia orella uno d'os mios pendients que salto con o lapo en a cara que me fació o masclista. Tamién cal decir que os zagals que aturoron a pelea dimpués s’acercoron a nusatras y mos dicioron que heba feito muito bien en abatanar-los porque ells se meteban en o mio puesto y no tien chustificación tocar a una persona sin o suyo consentimiento.  Cuento que ta os mesaches que me tocoron o culo no sería a primer zalaga d’a nueit a la le’n feban pero aspero que si la zaguera.

En zaguerías se ye charrando muito de l’acoso que sufren diariament as mullers con os supuestos “piropos y afalagos” que reciben involuntariament por a carrera ¿Pero que pasa quan l'acoso en cuentas de verbal pasa ta l'acoso fisico? Con a enchaquia d'estar de borina, de que a plaza ye a rebutir y la chent ye zorriza bi ha chent que aprofeita ta pasar ixa muga de l’acoso verbal enta l’acoso fisico dreito. Isto antimas de fer-nos plateyar-nos que pasa quan sales d'a tuya bombolla feminista, fa reflexionar de que podemos fer debant d'un acoso masclista d’ista mena (fisico) pero que no ye guaire grau como ta tener consecuencias legals. O sentimiento d'impotencia y a rabia de que t'haigan tocau o culo u as popas sin o tuyo consentimiento mos fa reaccionar de diferents trazas, yo nunca no m'arrepiento d'as mias reaccions pero se que tien un risque. Si fotes un lapo, un insulto u te carranyas con os acosadors bi ha chent que se te mira como si estases barrenada u estases una desaxerada, porque que te metes asinas porque nomas t’haigan tocau o culo. D’atra man sin no fas cosa, en primeras te trobas mal porque has sentiu invadida a tuya dignidat e intimidat y te trobas como un obcheto pero antimás parixe que sigas dando o tuyo consentimiento y no se fa veyer a os acosadors que o suyo acto ye reprobable. ¿Que se puet fer debant d'isto? Yo cuento que no bi ha nomas una solución, pero ye platero que a solución siempre pasa por l’empoderamiento, por contimostrar d’una traza u atra (seguntes a personalidat de cada una) que yes en desacuerdo con ixe acoso. Isto mos contimuestra que encara queda muito camin que caminar debant d’o patriarcau y que cal deseducar conductas que son encara socialment aceptadas, como fer-lo ye una reflexión que cal fer.....


A raíz de leer un artículo de este blog sobre el impacto que supone salir de los círculos feministas, me hizo acordarme de un suceso que me ocurrió en Huesca en San Lorenzo. Decidí ir con una amiga a pasar la noche de fiesta a Huesca, pero ya se sabe que en este tipo de sitios hay gente de todo tipo y normalmente no con mucha conciencia feminista. Estábamos ya en mitad de la noche en una plaza repleta de gente donde están los bares y ponen música en la calle. Queríamos pasar más adelante en la plaza y yo iba delante de mi amiga. Sin embargo, unos chicos con supuesta amabilidad, me cedieron el paso y con esa excusa uno de ellos (no se quien porque estaban detrás de mí) aprovechó para tocarme el culo con toda su mano, pellizco incluido. En ese momento yo me volví y le empujé, insulté y le di un bofetón y ellos hicieron lo mismo y le pegué un bofetón al otro amigo que también me increpaba. Supongo que ese bofetón le dolió no sólo en su cara sino también en su orgullo de macho y me pegó otra bofetada a mi, en ese momento ya se había hecho un círculo alrededor nuestro y como la cosa se convertía en pelea porque yo después  de su bofetada todavía me enfadé más, un chico me sujetó y los otros se fueron. Después me di cuenta de que perdí de mi oreja uno de mis pendientes que salto con el bofetón en la cara que me dio el machista. También hay que decir que los chicos que pararon la pelea después se acercaron a nosotras y nos dijeron que había hecho muy bien en pegarles porque ellos se ponían en mi lugar y no tiene justificación tocar a una persona sin su consentimiento.  Creo que para los chicos que me tocaron el culo no sería la primera chica esa noche a la que se lo hacían, pero espero que si la última.

Últimamente se está hablando mucho del acoso que sufren diariamente las mujeres con los supuestos “piropos y halagos” que reciben involuntariamente por la calle ¿Pero que pasa cuando el acoso en vez de verbal pasa al acoso físico? Con la excusa de estar de fiesta, de que la plaza esta hasta los topes y la gente va borracha hay personas que aprovechan para pasar esa frontera del acoso verbal hacia el acoso físico directo. Esto además de hacernos plantearnos que pasa cuando sales de tu burbuja feminista, hace reflexionar de que podemos hacer ante un acoso machista de este tipo (físico) pero que no es lo suficientemente grave como para tener consecuencias legales. El sentimiento de impotencia y la rabia de que te hayan tocado el culo o las tetas sin tu consentimiento nos hace reaccionar de diferentes formas, yo nunca me arrepiento de mis reacciones pero se que tienen un riesgo. Si pegas, insultas o te enfadas con los acosadores hay personas que te miran como si estuvieses loca o fueses una exagerada, porque te has puesto así sólo porque te han tocado el culo. Por otro lado, si no haces nada, en un principio te sientes mal porque has sentido invadida tu dignidad e intimidad y te sientes como un objeto, pero además parece que estés dando tu consentimiento y no se hace ver a los acosadores que su acto es reprobable. ¿Que se puede hacer ante esto? Yo creo no hay una sola solución, pero esta claro que la solución siempre pasa por el empoderamiento, por mostrar de una forma u otra (según a personalidad de cada una) que estas en desacuerdo con ese acoso. Esto nos demuestra que todavía queda mucho camino que andar ante el patriarcado y que hay que deseducar conductas que son todavía socialmente aceptadas, como hacerlo es una reflexión que tenemos que hacer.....


Silvia Cebolla.


Las opiniones que se publican no tienen por qué corresponderse con la de nuestra asamblea, pero vemos fundamental que podamos tener un espacio en el que expresarnos. Gracias por querer compartir con nosotras vuestras inquietudes y dar vida con ello a este blog, que tan sólo pretende acercar el feminismo y luchar contra el patriarcado.


viernes, 21 de agosto de 2015

RECONOCE QUE TÚ TE LO HAS BUSCADO




Con 17 años yo no tenía mucha idea de feminismo, tenía muy poca autoestima y unas ganas de descubrir el sexo que no podía con ellas. Hablaba con mis amigas sobre lo maravilloso que sería probarlo por mi misma; y aún siendo víctima confesa del amor romántico, tampoco soñaba con un príncipe azul “que me desvirgase” (nótese las comillas, puesto que actualmente no creo que ningún miembro fálico tenga tal poder sobre mí). Para mí, una aventura de una noche con una persona respetuosa y empática me parecía igual de lícita que una estancia llena de pétalos y velas con tu novio de toda la vida. Está opinión, sin embargo,  no era muy aprobada por mis compañías de entonces, pero como con la mayoría de pensamientos de aquella época, me la guardaba para mí. Quizás fue por eso que la culpa se intensificó tantísimo.

 Corría el mes de Febrero cuando recibí una invitación para asistir a una fiesta de cumpleaños en un pequeño local. La fiesta prometía, el entorno era seguro y mis ganas de evadirme alcohólicamente de mi situación sentimental de aquel entonces marcaron el sí definitivo.

El comienzo de la fiesta se desarrolló con normalidad, gente hablando y bebiendo, regalos y muchas risas, los cubatas volaban con ansia pero no con mayor asiduidad  que otras noches. Los camareros eran guapetes y recuerdo mi interés por uno de ellos, con el que mi amiga y yo mantuvimos una ligera charla en la barra, tras la cual me sentí algo asqueada por su actitud chulesca. Dos bailoteos sobre la pista y BAM, el resto de la noche en blanco.


Mi primer recuerdo al despertarme la mañana siguiente fue mi vuelta a casa, recuerdo vagamente mis bamboleos de un lado al otro de la acera, el frío, el sonido de mis sollozos y las convulsiones de mi cuerpo con cada uno de ellos. Recuerdo también que una chica se acercó a preguntarme si estaba bien y si necesitaba ayuda.

Intenté hacer memoria de lo sucedido mientras me levantaba a examinar mi aspecto. Al intentar incorporarme sentí por primera vez mi cuerpo con toda crudeza, la cabeza estaba a punto de explotarme, mi cuerpo apenas respondía y me dolía más a cada paso. Jamás había tenido una resaca así, a pesar de haber consumido las mismas cantidades de alcohol que otras noches.

Seguí examinando mi cuerpo con detenimiento. Al destapar mi torso, descubrí dos grandes moratones en sendos brazos, uno de ellos abarcaba toda la mitad superior de mi extremidad. Seguí bajando por mi cuerpo y descubrí algunos moratones más discretos repartidos por otras zonas. Seguí y seguí… hasta que finalmente me di cuenta, una mancha de sangre en mis bragas.

El recuerdo me vino como una jarra de agua fría: un cuerpo abatiendo el mío, penetrándome hasta hacerme sentir el frío canto de las escaleras en mi espalda; y a continuación, la visión de mi propio brazo empujando a ciegas su hombro lejos de mí. 5 segundos que no se me borrarán de la mente en la vida.

El resto de recuerdos vinieron con cuentagotas: el cuerpo pertenecía al camarero chulesco,  me había caído por las escaleras del local y todo apuntaba a que me la hubiese metido sin condón.

El resto de datos me fueron aportados por los asistentes a la fiesta los días siguientes, tras los cuales yo guardé casi absoluto silencio. Me contaron que estuve desaparecida mucho rato. Descubrí que mis amigas lo notaron muy enfadado cuando regresó al local (quiero creer que mis escasos forcejeos en mis momentos de lucidez le impidieron correrse a gusto  dentro de mí). También averigüé que la amiga que me acompañó en mi charla con él, había creído ver que nos echaban polvos en la bebida, pero que no había dicho nada porque no quería parecer paranoica; eso podía explicar la resaca.

Mi mente no quería creer lo que había pasado y la culpa y la angustia se hicieron mis dos grandes amigas. Era yo la que había dicho que quería “perder la virginidad”, era yo la que había querido beber aquella noche, era yo la que en una primera instancia se había sentido atraída por el camarero y tras 48h no había forma humana de probar la presencia de droga en mi sangre, con lo que todo se reducía a una simple teoría. Sentí que era MI culpa haberme salido del redil de la buena chica y sentí que aquella mancha en mi ropa interior manchaba mi estigma, mi valía, mi memoria. Había pasado a ser “aquella chica que perdió la virginidad borracha”, o lo que yo no quería admitir, “aquella chica que había sido violada”.

Dos días después busqué consuelo en dos compañeras de clase y les confesé lo sucedido. Una de ellas me abrazó y yo esperé expectante la opinión de la otra chica,  puesto que al tener una estética punk, mi inexperiencia de aquel entonces me llevó a pensar que sería una tía liberada y sin prejuicios. Ella me miró impasible y me dijo “Hombre… ibas borracha, reconoce que tú te lo has buscado”. Allí estaba la confirmación de todos mis temores y el comienzo de lo que se convertiría en los peores meses de mi vida. Meses de huir del sexo, de llorar con él y de forzarme a follar por aparentar que nada había pasado; meses en los que construí una mala relación con mi sexualidad.

Me llevó muchos años dejar atrás la culpa, la autoflagelación y el silencio. Mis relaciones sexuales aún transcurrido mucho tiempo eran deprimentes y llenas de fantasmas (la cara de aquel chico me acompañó muchos años). Mi introducción en el feminismo me hico llamarlo por su nombre: Violación. Sea incómoda o no la palabra, es lo que sucedió, y me hizo falta leer sobre la cultura de la violación para darme cuenta de que todo lo que había sucedido no había sido por mi culpa. Doy gracias por tener grandes compañeras de lucha que escucharon mi historia y me enseñaron la palabra. Una palabra que escuece, incomoda, estigmatiza y aterroriza, pero que da una fuerza arrolladora para derribar esos cimientos de mentiras que te has estado repitiendo durante años. La angustia es inherente al recuerdo,  pero cuando la culpa te abandona, te liberas.

Ahora escribo desde mi yo guerrera, la que no quiere ser víctima, la que se ha cansado de sentirse rota, débil y sucia. Soy consciente de que vivo en una sociedad que me inculca el miedo a caminar sola de noche y ahora sé de sobras cuáles son las consecuencias; pero hace tiempo tomé la decisión de no quedarme en casa y permitir que todo aquello a lo que aspiraba se viese ultrajado por un gilipollas. Un falo no me define como persona, no marca quién soy ni lo que represento; soy yo la que me defino con cada acción, reflexión y elección que hago; soy Yo siendo Yo lo que me mantiene viva.


Desde aquí animo a todas las víctimas de una situación similar a la mía a alzar vuestras voces y hacer oír vuestras historias, pero también a sentiros libres de no vivir una vida dedicada al recuerdo de un único suceso; salid a la calle, cread nuevas historias y quemad vuestros fantasmas con un buen bidón de gasolina.



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jueves, 13 de agosto de 2015

Salir de la burbuja feminista

He salido de mi burbuja.

Durante una semana he estado trabajando en un festival de música como camarera y cocinera en donde he tenido que convivir con muchas personas, tanto con el personal del trabajo como con la gente que estaba de acampada.

Ha sido como una hostia, una hostia enorme. Como darme de bruces al salir al mundo real. Digamos que todos los círculos con los que me relaciono habitualmente tienen algún tipo de contacto con el feminismo y de repente me he encontrado conviviendo una semana con gente que no sabía lo que significaba. En general se dice que está bien salir de la burbuja política-feminista de vez en cuando para no perder contacto con el mundo de afuera, aunque no estoy tan segura; yo casi me habría quedado encerrada en mi cueva platónica unos días más.

Lo primero fue ver una pareja de lesbianas desde la barra. O no, igual no lo eran, pero estaban cariñosas de la mano. Iban sonriéndose la una a la otra mientras se miraban y una cogía del brazo a la otra. Pues ahí estaba el cretino de turno, mi compañero de trabajo, gritando “¡Mira, mira, que son bolleras!”. Y todo el equipo mirándolas y riéndose. Alucinante. Ilusa de mí, está claro que dos tías no pueden ir cogidas de la mano sin que gilipollas se alteren al verlas.

En otro momento estaba pintando unos carteles anunciativos con los productos que teníamos para colgarlos afuera del chiringo donde curraba. Ahí me vino entonces el macho de turno: con músculos marcados por su camiseta blanca apretada, Ray-Ban, barbita de tres días cuidadosamente descuidada. “Apúntate ahí mi número de teléfono, mona, y te doy lo que quieras”. Vamos a ver, gilipollas: estoy currando bajo el sol que me da en la nuca y me hace sudar, tengo sed, me duele el cuello, quiero acabar la jornada y me vienes tú, payaso soberbio, a molestar con tus gilipolleces de chaval engreído. Paré de escribir y le dije que no quería nada que él me pudiera ofrecer; sus amigos empezaron a soltar alaridos por una respuesta así. El tío me insistió  algunas veces más con lo típico, pidiéndome el whatsapp, que le diera un beso o que a qué hora salía, hasta que le dije que estaba haciendo el ridículo y sus amigos terminaron llevándoselo. Pobre.
Había también en una zona del camping un grupo de tíos sentados con el síndrome de los cojones grandes, llevando carteles con numeritos pintados. Cuando pasaban chicas por delante iban levantando números puntuándolas y gritándoles a quiénes de ellas se follarían o cómo lo harían. Magnífico.

Estos sucesos son completamente cotidianos, no nos cuesta mucho imaginárnoslos. Estamos acostumbradas a los cretinos y a los machos y no es nada nuevo, podía aguantarlo perfectamente. Pero había otro palurdo con el que tenía que trabajar. El típico guapito al que le dices que te vas a duchar y te pregunta que si te acompaña. El típico al que le dices que te vas a dormir y te responde que si se puede meter contigo a la cama para que no pases frío. El típico con el que vas a la playa y te dice que te quites la parte de arriba para que no se te quede marca. El típico que juzga a todas las tías que le pasan por delante (“a esa con una bolsa en la cabeza me la follaba”, “esa no tiene tetas pero me la follaba de espaldas”). Y todos los días así.  Sus bromas eran estúpidas, me preguntaba que por qué no me reía y yo le contestaba que no me hacía gracia; el chico se desconcertaba un poco, no sé si alguna tía habría sido tan borde con él antes. Me llamaba mona, guapa, guapita. El típico, vaya, todas nos hemos encontrado con lerdos como él.

Me decía que me iba a meter mano. Cuando me metía en la tienda a dormir venía a comentarme que tuviese cuidado. Sus amigos me decían entre risas que tuviese cuidado con él por la noche. Me hablaba sobre las ganas que yo tenía de que él me diera caña. Ah, y creo que el chaval tenía novia con relación cerrada. Cuando se enteró de que yo tenía una relación no-monógama me contestó que a él le gustaría poder tener algo así, únicamente si su novia no estuviese con nadie más aparte de él. Vaya, que sorprendente e innovador.

Yo no tenía ninguna gana de hacer pedagogía con él, simplemente o era borde al responderle o le ignoraba. Acabé sin mirarle si quiera cuando me hablaba. Su presencia me molestaba y me cargaba el ambiente. Su tono de voz intentando hacer gracia me dolía en los oídos. Cuando me rozaba el brazo trabajando me daba grima. Sus bromitas, su risa tonta, sus continuos ligoteos indiscriminados con casi cualquier mujer que fuese a la barra a pedir y su forma de hablar de ellas: me pareció como volver al instituto.

No quería invertir mi tiempo en él, simplemente es eso. A veces a una le apetece explicar las cosas, sobre todo cuando vemos que hay posibilidad de cambio, por qué nos comportamos de una manera determinada o por qué algo nos irrita. Pero a veces no. A veces alguien nos importa ya tan poco o nos ha robado tanto las energías que directamente nos da igual su interpretación de la situación y lo único que acabamos queriendo es que se alejen y nos dejen en paz. No podemos perder el tiempo siempre con gente así porque acabamos desesperándonos y la situación se vuelve perjudicial para nosotras mismas: tenemos que tirar hacia la opción más sana, la cual es buscar nuestro propio bienestar.  Igual si hubiese tenido compañeras feministas al lado el contexto habría sido diferente, quizás habríamos querido explicarle algo a fondo para que rectificase. Pero no fue así y no me arrepiento de no haber querido desperdiciar mi tiempo con capullos del estilo.



Las opiniones que se publican no tienen por qué corresponderse con la de nuestra asamblea, pero vemos fundamental que podamos tener un espacio en el que expresarnos. Gracias por querer compartir con nosotras vuestras inquietudes y dar vida con ello a este blog, que tan sólo pretende acercar el feminismo y luchar contra el patriarcado.